jueves, septiembre 15, 2016

Dos años y meses después...

Me causa impresión ver la fecha de junio de 2014 y las palabras que en ese entonces uno vertía en forma de reto a la vida... que ironía. Dos años y meses después de eso, el gato ha estado a punto de morir varias veces y si, es verdad, ya no le quedan vidas para continuar. Uno va siempre por el mundo con la mochila de sueños llena y conforme pasan los años se va vaciando de aventuras y se llena de sueños domésticos que no pongan en riesgo las pocas energías que van quedando de trotar mundos (reales o imaginarios). Y al final... al final solo queda uno vacío de todo.

Nunca pensé que este viaje terminaría así. De pronto emprendes la marcha como si supieras a donde vas, te cargas de la fuerza de una supuesta experiencia en las cosas del vivir, y te comes el mundo a puños, y respiras el aíre a bocanadas sabiendo que no te lo vas a acabar. Imbécil.

Se alojo en el último resquicio que quedaba sin roer dentro de mi alma, lo fue invadiendo, poco a poco. Los primeros indicios de que algo no estaba bien fueron ignorados por esta falsa superioridad de gato callejero y aíres de grandeza. Pero pasaba, y pasaba de forma grave. Sentí el dolor de las mentiras, de los engaños, de los reclamos sin sentido, de los malos momentos de desprecio y de desdén, todo eso fue confundido con mi falta de habilidad para enfrentar un reto sentimental con alguien a quien deseabas tener a tu lado. Iluso. Poco a poco los dolores fueron creciendo, los momentos malos se tornaban en pequeños dramas telenoveleros donde todo mundo opinaba y juzgaba y sentenciaba, tampoco ahí me percate de como mi ser se iba desvaneciendo, poco a poco, despacio y constante. Ya no fueron dramas telenoverelos, se empezaron a transformar en pasajes hasta irracionales y trastocados, no había conexión lógica entre todo lo que sucedía... y el problema principal afloró: yo seguía allí... inmóvil, con el dolor a flor de piel, pero esperando un siguiente beso, una caricia, una noche más de sexo apasionado. El paciente se estaba yendo doctor.

Narrar a detalle sería grotesco y un fastidio para quien lo llegase a leer algún día. Lo que si puedo decir es que en el peor momento, cuando por fin mis miopes ojos pensaron ver una luz... realmente era el destello de las llamas de un piso más descendido en este loco camino hacía el infierno... mi infierno, ese que se estaba anidando en mis huesos. Lo único bueno fue que quien me recibió en este piso dantesco fue un hermoso angelito, un pedazo de cielo lleno de tanta alegría que incluso ahora no me impide derramar lágrimas de solo ver en mi mente su sonrisa. Ella lo valía, me decía a mi mismo, por ella podemos aguantar más, al final lo único que deja uno en esta vida, además de deudas, son los hijos y ella era la muestra viva de que dios si existe y te da los buenos días con una sonrisa cada mañana... no fue suficiente. La asfixia cada día era mayor, y ya para esos momentos yo era peor que un autómata que reaccionaba al llamado del amo, al reclamo, al chantaje, a la fiscalización de cada uno de los pasos que se daban, incluso si eran un acto de obediencia fiel y servil. Ya nada quedaba de aquel gato que se quiso enamorar, ya era un manojo de nervios, de presiones, de desvelos, de males físicos, de agotamiento, de saber que el laberinto ya no tenía ni siquiera un tenue pasillo para intentar salir... ya no había nada... nada de mi. La cabeza cada vez dolía más, y mis gritos ahogados pedían solamente un poco de paz, de libertad, de espacio, pedían que recordarán quien era yo, y que observaran que no era un monstruo ni una basura... pero nadie escuchaba... por el contrario, ya era yo eso, terminé por creerlo, por aceptar que merecía todos y cada uno de los reclamos, los reproches, los señalamientos, las comparaciones y los juicios... yo era el único culpable de no ser feliz, de que ella no fuera feliz, ni nadie fuera feliz. La cabeza dolía más... y ante la insistente necedad de continuar lastimando la poca dignidad y respeto que me quedaban... ante los gritos, los insultos y la cerrazón, no pude más... y tire por el pozo sin fondo lo poco de hombre que quedaba en mi, perdí la cordura, el límite, y taladrando mi alma y haciendo pedazos mi corazón, morí en ese instante, pero no lo supe... hasta hoy.

Hay límites que no se deben pasar, fronteras del ser que deben permanecer inviolables, porque lo que hay del otro lado solo es perdición sin un retorno. Sin embargo, antes de acabar con lo poco vivo en mí, trate de buscar una explicación, algo lógico para entender el "¿por qué?". Lo encontré debajo de mi mascara de hombre viril, de macho "alpha". Mi ego disfrazaba de amor y necesidad de compañía algo mucho más grave: estaba siendo utilizado, manipulado y chantajeado, y no lo vi, hasta que observe mi cara frente al espejo y ya no vi como siempre al diablo que habitaba ahí, vi un ser repudiado por todos, un ser repugnante, algo que nunca pensé llegar a ser. Y eso no soy... lo sé muy bien. El hijo de mi madre no es así, el padre de mis hijos no es así. Mis ojos me dicen que no soy así. Y por eso esta angustia de quien sabe que nunca será igual después de esto, y duele, y seguirá doliendo.

Aún la obscuridad está aquí, a mi lado, acompañándome, esperando que me decida a cerrar los ojos y no volver a abrirlos, o a que pueda intentar encender una mínima y tenue luz... no lo sé... puede que quede un viejo fósforo en el bolsillo.

Ojalá pueda, aunque sea al final de los días que queden, demostrar que aquella cara "angelical" e "inocente" no es lo que parece, y por lo menos alguien, quien sea, cualquiera que hoy señala al criminal, diga..."pobre imbécil, no era tan malo".