miércoles, abril 21, 2010

"Que ser INGENUO no valga la pena"

Había sido un mal inicio de semana, eso de las economías emergentes que más bien nos sumergen en penurias no es muy estimulante, y si a eso le sumas una catarro con intenciones de ser gripe, pues los ánimos no eran idóneos. Con ese lastre atado a mis pies y manos descubro a media tarde una noticia muy desagradable: "Sabina come hoy con Calderón", y los nudos en la garganta y el hueco en estomago se expresaron por mi.
Bien saben muchos que no soy un fanático tirándole a fundamentalista en esto de mi apego al buen Joaquín, pero si me caló hondo el ver al Flaco tragando camote (como decimos por acá) y visitando a quien llamó ingenuo y de quien dijo había sido cierta monserga tener que comer con él cuando vino con Serrat. Esperé estoico a que dicho evento terminará, a que los participantes declararan y tratar de saber qué y por qué paso. Nada. La mañana de este martes las notas referían declaraciones de Joaquín más diplomáticas que los pretendidos reclamos del Senado al Gobierno Cubano. Seguía esa sensación de vacío. Algo faltaba. Algo no cuadraba.
Y es que resignarme a ver tirada al caño una forma de pensar, de ser, de sentir que ha marcado los últimos seis años de mi vida, no era algo agradable. Sabina ha sido todo, pero en el fondo siempre he encontrado esa parte de libertad y de honestidad que va más allá de sus letras de canciones. Esta en los sonetos. Pero hoy eso amenazaba con derribo inminente.
Llegué ese mismo lunes por la noche y retire de sus respectivos altares todo lo relacionado con él, era un acto de búsqueda de serenidad para saber que paso seguía. Las notas del martes no sirvieron mucho.
Dicen que el destino es un manojo de caminos que uno mismo va eliminando a cada decisión tomada, poco a poco se vuelven menores, pero todos con algo marcado de antemano. Y recrimino al destino por que creo que fue él quien provocó que me llamaran para pedirme de favor que comprara un par de boletos para ver al cantante Roberto Carlos y dos para el buen Bosé, así que aprovechando que salia temprano, me encaminé al Auditorio a cumplir mi encargo. La sorpresa no fue muy grata: dos camiones y cuatro camionetas de la PF repletas de policías en las afueras del lugar me indicaron que algo pasaría, o una de dos: o asistiría Calderón al evento (que fue lo que más presentí), o tenían conocimiento de alguna manifestación cerca del recinto. Mi morbo fue creciendo, y ya armado de valor y de mi credit card, me lance a la taquilla a comprar mis encargos y de una vez una entrada para el concierto que estaba por comenzar, "algo puede pasar y quiero estar ahí".
Las cosas seguían con cierto dejo de misterio y despertaban las suspicacias: cerraron las taquillas una hora antes de lo normal, la circulación se torno lenta y la entrada al estacionamiento fue selectiva. Así que me dispuse a esperar la hora del concierto, no sin antes lamentarme de quemar un camino más del destino al saber que Sabina estuvo comprando suvenirs suyos en los puestos de afuera y yo del lado contrario "como un gilipollas" diría Krahe. En fin, el concierto empezaba ya.
Mejoró el ánimo al percatarme de que dada la poca afluencia de asistentes de ese día en otras áreas del auditorio, a los que teníamos boleto del segundo piso nos pasaron a luneta y a balcones, chingón. Y empezó el concierto. Yo con mala disposición, viendo a Joaquín como a un bicho raro, tratando de buscar al cabrón que me robo las palabras, el alma y el sentir con sus canciones y que en pleno lunes se escupió a la cara, salpicando a quienes le seguimos. Pasaron una, dos, tres canciones, vino la declamación del soneto aquel de "uno canta la misma canción...", pero ese que estaba en el escenario me seguía siendo ajeno. Pero llegó "Peor para el sol" y el público (unas 5 mil almas mas o menos) le coreo aquello de "mientras un servidor le levanta la falda a la Luna", al terminar Joaquín, ese Sabina que canta, enmudeció y el público se le entrego en palmas y vítores, duró aquello un par de minutos creo yo, y conforme los segundos morían los ojos de Joaquín se humedecían y tragaba hondo para no soltar el llanto. Ahí estaba mi Sabina, ese que se enfundó en el traje de intelectual y que se sentía un poco frío para con la gente ya no estaba, estaba el que sabe que son esas palmas y esos vítores los que le han alimentado en cuerpo y espíritu durante estos años. Algo pasaba esa noche, algo tenía que sacar Joaquín en el escenario, porque le oprimía el cuerpo y le estaba jugando una mala pasada. Cantó aquello de "¿y como ir cuando no quedan islas para naufragar?" con la voz entrecortada, Joaquín estaba queriendo regresar a ser Sabina. Y regresó. Al final del concierto canto aquello de "noches de boda" y en la frase "que ser cobarde no valga la pena", soltó un: "que ser ingenuo no valga la pena", y el Auditorio gritó, y más aún cuando después no omitió aquella frase que agrega en México a "y nos dieron las diez": "se que no lo soñé, protestaba mientras me esposaban pinches federales" con más ganas que nunca; federales que para entonces ya no estaban fuera del recinto. ¿A qué fueron? Sigo preguntándome.
Bien valido mi pago. Bienvenido de nuevo el Sabina ese que canta. Bienvenido de nuevo ese gurú de las noches perdidas. Hoy los cuadros penden otra vez de su lugar, y mi libro de letras en la canción de siempre: "El Capitán de su Calle"

miércoles, abril 14, 2010

"Era una noche cualquiera..."

¿Cómo explicarse uno mismo nuestros actos impulsivos? Instinto podría ser. Pero que nadie se llame a defraudado, llegamos por propio pie. Una noche más en el concierto de vagancias bohemias, derroches de canto, de sentimientos y pasiones, de risas y llantos, de amor y su ausencia. Estaba ahí, cual gurú regresando de un año sabático, fresco como solo la sexagésima edad lo permite. Dense prisa, oh timoratos, si le quieren enterrar, pues tiene la costumbre de resucitar. Y ahí está, el amigo de causas perdidas, degenerado y otrora mujeriego. Senseí de los que levantamos la falda a la luna y salimos como gatos sin dueño a los callejones de las noches perdidas.

Repeliendo los fanatismos que degeneran en fundamentalismo, tomo por asalto una butaca y me presto a observar el espectáculo de la libertad, de la desnudes de moralinas, del descaro de admitir que ya brindó a la salud del Diablo, y yo también. Ya no hay en él estridencias, ni excesos, paso de la "raya" por pasar por el aro de las posibles facturas por pagar, sin saldo y en números rojos. Y aquí esta, como un chaval de cuarenta y diez, que parecen cuarenta y nueve, ya entrados en sesenta. Con más emoción contenida que euforia; y eso lo hace más íntimo para quienes pasamos de aquello de desgarrar la laringe con gritos desesperados, de esos que se lanzan al cielo buscando la respuesta divina; eso no, acá las cosas ya son más simples: observamos, sentimos, cantamos y alzamos la voz de vez en vez en los interludios de cada poema hecho canción. Poco los salmos mundanos se fueron cumpliendo, unos responsoriales, otros silenciosos, pero en todos nadie perdió detalle. “Uno canta la misma canción, otra noche en el bar de la esquina, cerca de la estación donde duerme un vagón, cuando el tiempo amenaza rutina”. Y nos dio lo que cada uno esperaba. Su pedazo de paraíso terrenal.

¿Quién fustiga la fe en lo mundano? ¿Quién raya el cuaderno del otro? ¿Quién inventa pecados gastados? ¿Quién señala la viga en el ojo? ¿Quién impide la rima satírica? ¿Quién se ofende por la dicha del vecino? ¿Quién se amarga la vida en vitrinas? ¿Quién se siente pez en el mar del olvido?

No volteemos a ver los calendarios que amenazan con contarnos nuestra vida. Para que malgastar los minutos cuando no sabemos que nos espera detrás de la esquina. Mejor disfrutar de este mundo, aprender a vivir lo imposible, que para los tiempos confusos, rudos, ruines, criminales, en los cuales andamos día a día, lo imposible se traduce en alegrías, en canciones, en bebidas, en amigos, en amores, en trasnoches, en lujuria, en libertad, en tranquilidad, alejados de la bisutería. No volteemos a ver los calendarios, porque tal vez nos dirían, que “era está una noche cualquiera, puede ser que fuera trece, qué más da, pudiera ser que fuera martes”. Hoy Sabina entonó su poesía y encaró de nuevo al enemigo, ese que cada día le cava las fosas, donde, os lo juro, no pretende dormir todavía. Amén.

domingo, abril 11, 2010

No Pienso Abrir

Era el año de 1994, con 18 años encima estaba por terminar mi bachillerato en el IPN. Las noticias de ese entonces no eran otras que la aparición de la guerrilla en la selva Lacandona. Recuerdo muy bien esto porque nos fue pedido un breve ensayo sobre dicho conflicto por la profesora de Filosofía, materia que en esos días no era de mayor trascendencia, dadas mis aspiraciones de ser Arquitecto. Por ende la política no era de mi agrado, mis preocupaciones eran más que triviales y enfocadas a ser un gran artista que plasmará su talento en la edificación. Aquel ensayo verso muy simple y vago, para mi entender de hoy día. Pero recuerdo mucho la frase con la que concluí: “de ahí deriva mi preocupación de lo que está pasando, porque lo último que deseo es ver a mi país en un conflicto como el de los Balcanes”.

Hoy afortunadamente mi visión de la realidad y del mundo es otra, pero el lado desagradable es que las posibilidades, las consecuencias y los riesgos me son más tangibles. Hoy mi país está sumergido en una guerra civil, mexicanos contra mexicanos. Hoy todos los días mueren decenas de personas. Apenas hace unas semanas sentí la misma opresión en el pecho de aquel año del 94 al saber que un gran amigo burlo a la muerte en ese desolado y crítico páramo de la violencia que es Ciudad Juárez cargando aún con la bala en el cuerpo. Apenas ayer descolgaron a dos jóvenes del puente por donde paso cada domingo para llevar a mis hijos a comer un helado y ver una película. Apenas hoy por la mañana asesinaron a un vecino del barrio que tuvo la mala suerte de ser policía municipal, incluso fue mi cuñado por un par de meses en la juventud, pero mi hermana siempre fue de gustos cambiantes. Hoy vuelvo a tener ese mismo miedo de hace 16 años, solo que acrecentado, porque no se qué es lo que pasará con este México.

No sé que cruce por la mente de aquellos en los que recaen las decisiones. Ser politólogo me abre panoramas muy amplios, y eso me lleva a un nivel de angustia mayor, porque no veo un mínimo sendero por donde salir del pantano en el que estamos todos metidos como sociedad. Hoy pasan por mi cabeza los jóvenes de Juárez, los del TEC, los de la sierra, los niños que iban a la playa en Matamoros, y todos aquellos inocentes que no salen en los medios, pero que si crean el vacio de la desolación entre los suyos.

Han dicho que son daños “colaterales”, que toda guerra tiene sus víctimas inocentes. Pero soy honesto: no me resigno a que mi familia ya no pueda salir a la calle, a que no pueda viajar cayendo la noche por miedo a entrar en la “línea de fuego”; no me resigno a sentir que poco a poco la violencia irá creciendo al grado de no importarme ya si la economía va bien, si hay más médicos, si incrementaron el presupuesto en educación, si aprobaron la reforma política, o si mi hijo ya aprendió a leer o si mi hija ya toca una pieza de Joaquín Sabina en su pequeña guitarra, porque el sobrevivir será lo urgente. Y no me resigno porque, como todo ser humano pensante, tiendo a la libertad y al derecho de conseguir mi propio concepto de la felicidad.

Si hay una solución, que se apliqué ya. Porque cada vez más se acerca la pálida dama a mi puerta y no le pienso abrir.

Atte.
...Donde El Olvido

Erubey