México es un país muy complejo.
Incluso en las pláticas de café con académicos, historiadores, sociólogos y
demás, no falta quien aduce nuestra identidad a tiempos ancestrales o como
parte del genoma del mexicano. No lo sé. Tal vez tenga algo de razón. No es mi
materia y por lo cual ni ahondare, y mucho menos polemizare al respecto.
Lo que si se, lo que puedo
observar día a día, es que estamos en una etapa donde (nuevamente) las cosas
pueden evolucionar o involucionar, no creo que pase como en el régimen panista,
que más bien fue un marasmo, un espasmo nacional, donde ni avanzamos, ni retrocedimos,
sino todo lo contrario.
Este conjunto de factores son
origen de las pasadas elecciones y sus precampañas. México (una parte) vio como
un gran “show” la contienda: el niño bonito protegido por todos con la mujer
guapilla y llenos de hijos, con su “pecado” arrastrando pero aceptado por su
mujercita (la típica mujer abnegada mexicana) y un grandioso futuro con “y
vivieron felices”. Esos mexicanos votaron porque simplemente se les ha pegado
la gana votar por Peña Nieto. La razón de que “vendieran” o no su voto no es
culpa del PRI, ni del copetudo muchacho, sino de esa degradación a la que ha
llegado el valor del voto, lo vemos como una mercancía. Poco o nada hicieron
las otras fuerzas políticas para rescatar de esa hoguera de vanidades el
sufragio, por el contrario, pretendieron hacer uso de ello al querer “invalidar”
la elección con esos argumentos, cuando de entrada sabían que era una misión
imposible.
Por otro lado, hubo millones que,
sin estar influenciados por esa imagen maniquea del voto, del niño bonito, de
la dama joven, del éxito ajeno (a ver si nos toca algo o se les cae algo al suelo),
salieron a votar convencidos de que ya es tiempo de que México cambie de rumbo
y de forma de actuar y pensar. Esos millones también se dividen entre los
ilusos adoradores del “tlatoani”, a los cuales les vendieron la idea de que sin
caudillos no hay revolución (ni cambio), como también muchos otros que, más que
atados a un líder, teníamos la idea de sentar la base de una transformación a
largo plazo que nos pusiera en otras condiciones mejores, tanto interna como
internacionalmente. Creímos, salimos y votamos. Dentro de este grupo estaba
buena parte del #YoSoy132 (que no todo claro está).
Sin embargo el telón cayó y ya
salió el sol de una nueva mañana. Ya despertamos en el pasado y vemos a Díaz
Ordaz… perdón, a López Portillo…o que pues, a Carlos Salinas… me lleva, a este
muchacho… Peña Nieto, como Presidente electo, a un panismo del tiempo anterior
al Maquío, y de una izquierda que, a pesar de haber sido la segunda fuerza
electoral, y ser la corriente que siempre ha sumado votos cada elección
presidencial, hoy está de nuevo como en los años 80’s: dividida, desorientada y
con ganas de todo pero sin saber para donde.
La salida de López Obrador de las
filas del PRD y de cualquier relación con el Movimiento Progresista (PRD, PT y
MC) hace temblar a toda la izquierda política partidista. Lo que hagan de aquí
en adelante es decisivo para su futuro electoral, pero ojo, también para el
futuro del país. Y es que esto no es un juego entre partiditos, es el andar
cotidiano de una Nación, la nuestra.
El modelo que se ha venido
aplicando en nuestro país (llámenlo neoliberal si quieren) a la fecha no ha
dado los resultados que como Nación necesitamos. Seguimos atados e las
exportaciones e importaciones de productos que bien podrían ser en sentido
contrario (alimentos y artículos de primera necesidad), nuestra mano de obra es
mal pagada, la política fiscal mantiene ricos y genera pobres, el esquema
educativo por competencias solo genera año con año cientos de miles de
incompetentes, ya que los primeros en no ser “competentes” son los maestros que
se resisten a implementar programas de certificación y evaluación de su labor.
Si hablamos de economía, pues basta darnos cuenta de la creciente informalidad
de la misma y las penurias para mantener dentro de la legalidad a los “changarritos”
y MIPyME’s. Estamos sostenidos por el petróleo (como desde hace décadas) y por
un mercado interno basado en el crédito a largo plazo, el cual de un momento a
otro colapsa y le decimos a España “quítate que así se joden las cosas, fíjate”.
México requiere de un esquema más social, más de “todos o no la hacemos”, un
modelos de izquierda moderna donde los que más tienen paguen más impuestos
(incluso Obama se las aplicó en EE UU), donde al trabajador promedio no le
expriman con el ISR y el IETU, donde la educación sea de verdad integral y de
tiempo completo, donde se apoye a los que menos tienen con programas
sustentables (comunidades indígenas, ancianos, madres solteras, huérfanos,
discapacitados, etc.) y no con políticas “asistencialistas” que le dan para que
ahí la lleven, pero no salen de su condición. En fin, algo más cercano a Brasil
o hasta Uruguay, y el ejemplo puede ser el D.F., donde hoy día las condiciones
son otras con respecto al resto del País.
¿La bronca? Simple y la misma. ¿Quién?
¿El eterno líder? No creo. La izquierda ha sido rebasada por la misma sociedad
(ejemplo el #YoSoy132), la cual no confía en los partidos, pero quiere un
cambio. Es aquí donde las figuras deben aparecer, pero no para recibir los
vítores de las masas, sino para consolidar un modelo real de izquierda moderna
mexicana que integre a todos aquellos que creemos en este cambio y dejen de
lado las eternas mezquindades de las tribus y se alejen de esa tentación
constante que es la “concertaseción”.
AMLO se va a fundar otro partido,
si, otro, él sabe que lo hace por tener el control de las prerrogativas y de
los dirigentes. Sueña con que, en 2018, todos los demás partidos, se le rindan
de nuevo a los pies para que sea ungido como el salvador nuevamente. Veremos si
Ebrad y Mancera piensan apoyarlo desde ya.
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